Escucha, oh Sócrates, una historia mas bien extraña y, sin embargo, cierta, por ser Solón su narrador.
Así empieza Crisia a contar a Sócrates la historia de la Atlántida, aquella porción de tierra emergida que, cuando los dioses se repartieron el mundo, fue a manos de Poseidón, dios del mar. En esta isla vivia Clito, una muchacha huérfana de la que se enamoró Poseidón. Movido por los celos, Poseidón transformó la colina en una fortaleza, despedazando el terreno circundante y alternando zonas de mar y tierra en tres circulos concentricos. Despues embelleció la parte interna de la isla e hizo surgir dos fuentes de agua, una fria y otra caliente. Poseidón y Clito engendraron diez hijos varones: el mayor llamado Atlátide ( Gigante mitologico que lleva el mundo a sus espaldas ), fue nombrado rey por sus hermanos, encargando el gobierno de una parte de la isla a cada uno de ellos. El subsuelo era rico en minerales y metales, entre los que se hallaba el rarísimo oricalco, una aleación de cobre parecida al latón, tampoco faltaban leña, pastos, plantas aromaticas, flores y frutas. Con tal riqueza a su disposición los Atlantes erigieron templos y palacios. Construyeron puertos en las zonas circulares de mar que rodeaban la capital para conectar el palacio real con el exterior y excavaron un canal circular entorno a las construcciones interna. Se edificaron cientos de pueblos en la colina, mientras que la región de la capital estaba en la llanura: un circulo palno, tan perfecto que parecia hecho con un torno. El palacio real se ergía sobre la isla mas interna rodeada por una muralla construida por los tres tipos de piedra de la isla: blanca, negra y roja.
Otros edificios de la ciudadela estaban fabricados con piedras de color, creando un extraordinario efecto cromático. El palacio real estaba protegido por tres muros: el exterior estaba revestido de cobre, el interior de castaño. Finalmente el palacio estaba rodeado por otro muro, de oricalco, que desprendia reflejos de fuego visibles desde el mar. En el centro de la ciudadela, se encontraba el templo consagrado de Poseidón y Clito, protegido por un muro de oro: en este lugar se llevaban a cabo los sacrificios en honor al rey. El techo era de marfil, con ornamentos de oro, plata y oricalco, que tambien revestía las columnas y el suelo. A su alrededor se hallaban cien estatuas que representaban a las Nereidas a lomos de los delfines y, en el centro, una gigantesca estatua de oro de Poseidón sobre una concha tirada por seis caballos alados. En la Acrópolis se encontraban innumerables fuentes de aguas procedentes de manantiales fríos y calientes, con propiedades medicinales. Alrededor de ellas se habían construido termas y sistemas de conducciones para llevar el agua a toda la isla. En el centro de la ciudadela habia un enorme hipódromo y tras la acrópolis, varios cuarteles acogían a los soldados más valientes de la Atlántida. Cada uno de los diez reyes tenía poder sobre los ciudadanos de un distrito que se regian por las antiguas leyes de Poseidón.
" Este - concluye Platón - era el enorme poder que Zeus había concedido a la isla de la Atlántida y, mientras la naturaleza divina se perpetuó entre ellos, los Atlantes se mantuvieron fieles a sus leyes y no se dejaron corromper por el lujo y el poder, ya que eran conscientes de que los bienes solo crecen en la amistad mutua acompañada y por la virtud y desaparecen cuando el hombre es demasiado codicioso."
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